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República de Birmania 2006
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12 de diciembre, martes
El despertador suena a las cinco. A las siete embarcamos hacia Bagán. En el barco viajamos solo dieciocho personas de un
total de ciento diez asientos disponibles, todos turistas. El sol ya calienta suavemente. En Mandalay la anchura del
río es considerable, más de medio kilómetro. Las extensiones de los bancales de arena en las orillas nos hablan de niveles de
agua mucho más altos. Comemos unos fideos fritos en el comedor. No hay mucho tráfico marítimo, algunas
barcazas con troncos de madera de teca y poco más. A las cuatro de la tarde llegamos al "embarcadero" de la Ciudad
Vieja de Bagán (ver foto de la izquierda, abajo). Nos alojamos en el hotel Therabar Gate, a tiro de piedra del embarcadero y de los
templos; de hecho, la mayor parte de ellos se puede visitar andando desde el hotel, o mejor aún: en bicicleta.
otros turistas más alternativos han preferido subir a las ruinas de templos menos concurridos y a lo lejos se divisa uno que ha cometido la torpeza de subir sin descalzarse de sus chanclas. Desde nuestra pagoda, uno de los vendedores le pega cuatro voces y le reconviene para que se descalce. ¡Un respeto a las pagodas, por favor! Paladeamos los minutos que permanecemos en la terraza superior de la pagoda; desde aquí se aprecia de maravilla el dédalo de caminillos de tierra que se entreveran en el paisaje. Las lejanas polvaredas delatan los turistas rezagados que, presurosos, se aproximan en taxi para no perderse el ocaso en tan histórico lugar. Hay que tener un poco de cuidado al bajar las escaleras exteriores del templo; la pendiente es considerable, afortunadamente, algunas escaleras mantienen un barandal metálico. Al llegar abajo, nos calzamos y regresamos dando un paseo hasta el hotel. El hotel Therabar Gate resulta muy agradable e integrado en la naturaleza, alrededor de las cabañas discurre un pequeño riachuelo con cascadas y peces de colores. Después de cenar al lado de la piscina, solicitamos los servicios de masaje del hotel.
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